¿Cómo estás?
Las sesiones de terapia comienzan con un “¿Cómo estás?”
Sí, esa pregunta a la que solo quería responder con: “¿Cómo estoy?
¿Cómo estoy? ¿Pues cómo demonios se supone que debo estar? ¡Mi hija murió, recuerdas?!”
Al morir Rebeca recibí las típicas frases que minimizaban la vida de mi
hija, pero semanas después vino lo que me hizo odiar esa pregunta; cada vez que
alguien preguntaba “¿Cómo estás?” yo respondía con toda honestidad: "Triste",
a lo que en la mayoría de los casos replicaban "Ya no estés triste."
¡¿Es en serio?! ¿Cómo se supone que hace uno para “ya no estar triste”?
Me acostumbré a no responder y a contener el llanto ante la
incomprensión que venía en esa respuesta. Pero todo tiene un límite y
eventualmente pregunté:
- ¿Por qué no debo estar triste?; mi hija murió!
- Sí, pero debes ser fuerte y seguir adelante.
- ¡¡¿¿??!!
Por supuesto todo esto lo mencioné en alguna sesión con mi terapeuta, por
lo que yo no entendía por qué rayos ella seguía iniciando las sesiones con la
misma pregunta que yo tanto odiaba.
Meses después, cuando ya había trabajado un poco mi duelo y el dolor era
más soportable, reflexioné en por qué insistir en esa pregunta, y comprendí que
quizá lo más importante del trabajo de mi terapeuta era hacer que yo expresara
tanto como fuera posible ya que de esa manera podría ir desahogando el dolor y
la tristeza que me embargaban; y qué mejor manera de exhortarme a hablar que preguntando ¿cómo estás?
Cuando nuestros hijos han muerto tan pequeños recibimos muchos
comentarios que, por muy bien intencionados que sean, nos lastiman; así los padres
dolientes solemos aislarnos y reservarnos el hablar de nuestro duelo a muy
pocas personas, gente de nuestra entera confianza que sabemos que no nos
lastimarán o que al menos harán lo posible por evitarlo. Y que, si llegarán a herirnos,
recibirán de buen grado y sin rencores nuestros reclamos.
Es por ello que con el paso del tiempo nos obligamos a responder a un
¿Cómo estás? con un simple “Bien.”
Sin embargo, “¿cómo estás?” es una invitación a desahogar pensamientos
y emociones, a expresar nuestro dolor con libertad, con la seguridad de que lo
que sentimos no es bueno ni malo, simplemente es y punto.
A partir de esa reflexión respondo a los ¿cómo estás? con la verdad
simple y llana. Por supuesto he recibido comentarios hirientes como el “ya no
estés triste”, y aunque he tratado de explicar a muchas personas que el hablar
honestamente acerca de cómo estoy es sanador para mí, hay quienes insisten en
no entenderlo. De esas personas por supuesto me he alejado y aunque ha sido
triste entiendo que ha sido necesario.
No estoy diciendo que debemos quedarnos solos rechazando a toda la
gente que no comprende lo que significa la muerte de nuestros hijos, sino que
debemos mantener más cerca a aquellas personas que tratan de entendernos y
ayudarnos. Además de que alejarse de quienes no comprenden tampoco significa
irse para siempre sino solo tomar un respiro. Con el tiempo y mucho trabajo el
dolor va cediendo y quizá llegue el momento en que podamos volver, sin rencores,
a retomar viejas relaciones suspendidas.
Al inicio es difícil ya que a veces las respuestas de los demás a cómo
nos sentimos pueden resultar algo dolorosas, pero cuando comprendemos que
nuestra salud física y emocional debe ser nuestra prioridad y que esa depende
sobre todo de nosotros, sabremos elegir lo que nos ayude a seguir.
Si realmente deseamos que nuestra sociedad cambie, que podamos hablar
de nuestros bebés fallecidos sin temor a ser juzgados, que sus vidas y nuestro
duelo sea reconocido y respetado, debemos comenzar a expresarnos con
naturalidad, después de todo la muerte, tanto como la vida, es algo natural.
Si te interesa apoyar en que se genere un cambio en México firma en: Pérdidas gestacionales/Change.org
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